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  • Writer's pictureUna dama limeña

Santos caprichos


Pues el repetir cuesta, pero los buenos recuerdos hacen bien. Recordaba, escribiendo, el ir al buque escuela ingles. Sin problemas, pues esta vez fue por invitación en mano, no recogida del suelo. Era para los papis que -thank you very much but- no quisieron ir, y nosotras felices fuimos, claro. ¡Cómo nos lo íbamos a perder!


El cóctel a bordo fue muy nice, muy proper y los cadetes muy protocolares, tan guapos como British. Tomamos unos drinks, saboreamos unas picas, unas sonrisas aquí, unas risas allá y la fiesta acabó. Y ellos zarparon rumbo a Santos, quedándose con las ganas de conocer mejor a las cuatro peruanitas: mis dos amigas, mi hermana y yo. Pues, esperen no más la sorpresa que se van a llevar.


Nuestros papis nos facilitaron un viaje a Brasil pero una mami impuso condiciones: viajan solo acompañadas por una señora -adulta, madura y no una cualquiera-. Mi mami, feliz, embarcó con nosotras a Rio. Cielo azul, playas y ciudad maravillosas, gente afable y generosa, un conocido escritor -del que no recuerdo su nombre- y su libro, regalado, del que no sé adónde fue a parar, un guapetón brasileño llamado Clovis que nos sacó una foto frente al estadio de Maracaná -¡es inmenso!- y el encuentro accidental con un amigo de Argentina. Él era danés y fumaba en pipa. Me regaló una, chiquitita y linda, porque en su país sus tías y su mami fumaban en pipa, no cigarillos. Pasamos cuatro días en Río antes de hacernos una escapada a Santos, solas.


Llegamos en seis horas y justo en frente del hotel, la sorpresa. La nuestra y la de ellos, los cadetes ingleses, porque nos tropezamos de chiripa. No podían creer el estar allí con nosotras tan pronto. Alegría haciendo turismo, un cráter con una impresionante colección de culebras, culebritas y culebrones, alegría conociendo la comida brasileña -qué rica la frejolada- y alegría en los miradores verde intenso frente al mar donde peces enormes iban siendo atrapados. Y se acabaron los días.


Despedida triste para mí. Mi cadete, el engreído mío no podía salir de jarana, no drinking, no dancing, no nada, porque tenía turno de trabajo justo en la última noche -el deber ante todo-. Se mantenía firme, sin ceder a los caprichos de la limeña -pero este, ¡qué se cree!-. En su lugar fue un amigo suyo, que sufrió silencioso mi desconsuelo. No le dirigí la palabra en toda la noche excepto un bye-bye y gracias cuando nos dejaron en el hotel.


Y así fue nuestra aventura, muy completa, viajando, conociendo, descubriendo lo ignorado y una carta de mi engreído sintiendo mucho no haber cedido a mis caprichos.

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